CLARA
Una vida en 322 días
Dicen que un año estudiando en el extranjero no es un año en tu vida, sino una vida en un año. Tras haber pasado por los nervios de hacer la maleta, la emoción al conocer a mi familia americana en el aeropuerto, la felicidad al sentir empezar a ver como encontraba amigos y encajaba en mi high school e incluso el dolor que supone dejar todo ello atrás hace tan solo un par de semanas, no se me ocurre mejor forma de describir esta experiencia. Y es que se me hace agridulce llamar tan solo “una experiencia” a aquello que fue mi día a día, mi vida durante tanto tiempo, y que me ha convertido en quien soy ahora mismo.
En mi caso tuve la suerte de aterrizar en un pequeño pueblo de Carolina del Norte llamado Wake Forest, con una familia con la que ser una hija y hermana más, así como disfrutar de cada momento y conocer Estados Unidos y su cultura era lo más fácil cada día. He recibido oportunidades para viajar y conocer las grandes ciudades de la costa Este, los increíbles paisajes de este estado tan bonito y la historia de América: desde las tribus nativas hasta su historia contemporánea. Ellos han apoyado todos mis intereses personales, ya sea proponiéndome ir a un concierto de una agrupación de flautas traveseras o incluso trasladándose a Carolina del Sur para animarme en la competición nacional de cheer en la que participé, siempre con la misma frase: “es lo que haríamos por cualquiera de nuestras hijas”.
Tener tres hermanas, todas cercanas a mi edad, es algo que me ha hecho sentir comprendida, arropada, que no me ha dejado aburrirme un instante y me ha brindado algunas de las mejores compañeras de aventuras y amigas que podría haber pedido. También me ha enseñado a compartirlo prácticamente todo con ellas: mi tiempo, espacio y experiencias. Sus distintas personalidades, desde la extroversión hasta la introversión, me han servido para aprender cómo establecer vínculos con gente muy diversa, algo que me ha ayudado a hacer amigos en otras ocasiones. Fueron mi mayor fuente de apoyo y felicidad y ganas de comerme el mundo día tras día, mis consejeras y confidentes. Aún me resulta increíble pensar que aunque yo sienta que son mis hermanas, tan solo les haya conocido por poco menos de un año.
Mi high school de acogida fue Franklin Academy, un pequeño instituto concertado con unos 400 alumnos. Yo tenía la imagen de los enormes institutos públicos de película, pero fue en este colegio sin football americano y con uniforme que encontré todo lo que buscaba y más. Su tamaño me permitió conocer a mis compañeros rápidamente y hacer amigos fue muy fácil a medida que iba integrándome formando parte de distintos clubs, equipos y artes, además de establecer una relación cercana con mis profesores. Pocas cosas me resultaron tan gratificantes como saber que tuve un impacto positivo en la comunidad.
Fui parte de la banda del instituto, y ya que llevaba ya ocho años estudiando flauta travesera en España pude asumir el puesto de líder de la sección de flautas. Disfruté muchísimo de compartir mis conocimientos y ver cómo les animaba a superarse a sí mismos y, a lo largo del año, a mejorar como músicos. Yo misma aprendí cómo liderar un grupo, animarles y confiar en mi propia habilidad. La banda era como una gran familia, con muy buen ambiente y en la que hice muchos amigos y me sentí muy apreciada. Y de una forma muy distinta también me encantó ser parte de la clase de danza. Sin haber bailado jamás, cada día descubría algo nuevo y mejoraba paso a paso con la ayuda de mis compañeras, y al final fue una de mis actividades favoritas. El trabajo en equipo, poder expresar mis emociones y hasta llegar a presentar mi propia coreografía en conciertos con dos duetos fue increíble. Descubrí sin duda una pasión que espero poder continuar desarrollando en España.
Clases como química, historia, cálculo o alemán eran muy distintas a sus equivalentes en España. La forma de aprendizaje era mucho más interactiva, más centrada en comprender y aplicar que en memorizar y repetir. Mediante el desarrollo de debates (historia), experimentos (química), disecciones (biología), lectura (inglés) o incluso cocina (alemán) todo se trataba de empaparse del conocimiento que realmente es necesario de forma que se fuese asimilado, y los exámenes eran mucho más enfocados a la aplicación práctica. Yo elegí clases que me supondrían un reto, siendo todas nivel honors, y tuve profesores que lo hicieron muy llevadero, de manera que aprendí en todos los campos sin verme abrumada por el trabajo. Algo que era nuevo para mí fue el uso de iPads: cada alumno teníamos uno en el que disponíamos de acceso a libros de texto, entregábamos nuestros trabajos…
Participar en dos deportes fue sin duda una gran parte de mi high school experience. Por supuesto, ser animadora era un sueño de infancia, y ser parte del equipo fue una experiencia extraordinaria. Yo no tenía ninguna experiencia y tan solo había hecho deportes individuales anteriormente, y poder aprender de todas las chicas y descubrir la técnica del deporte era emocionante día a día. ¡Incluso llegamos a participar en una competición nacional fuera de Carolina del Norte y a llevarnos a casa el segundo puesto! Tras una temporada que duró seis meses formamos una gran familia en la que unas ayudaban a otras. Y también hice tiempo para estar en el equipo de natación al mismo tiempo, gracias a una oportunidad de última hora y una decisión inesperada que obviamente fue decir que sí, aprovechando para hacer todo lo posible en este curso. Y al final resultó ser una temporada divertidísima junto con un grupo de amigos cercanos y un equipo con muy buen ambiente y muchas ganas de pasarlo bien. Como persona no muy deportista que soy (o creía ser), superar mis objetivos entrenamiento tras entrenamiento y descubrir una nueva faceta atlética que no sabía que tenía es algo por lo que estoy tremendamente agradecida a mi instituto, compañeros y entrenadores. Además, pude extender mis círculos de amistades a gente de todas las edades y hacer amigos muy cercanos.
Estas conexiones que se fueron formando y fortaleciendo con mis compañeras de mesa en American History, los demás líderes de la banda, otras alumnas de danza con las que realizar proyectos, el resto de animadoras y nadadores, mi pareja de experimentos en biología o los integrantes de los clubs e los que participé se convirtieron en aquello que ahora ha hecho tan, tan dura la vuelta. Gracias a que me involucré en todo lo que pude, conocí a muchísima gente, formé parte de muchísimos grupos y poco a poco dejó de haber sábados sin planes, las tardes de estudio en casa se convirtieron en veladas de café, deberes y risas con amigas, y tuve hombros en los que apoyarme a todas horas. Cada día era una nueva aventura, y el corto verano se llenó de actividades en seguida, aprovechando al máximo mis últimos días. Siempre recordaré cómo a dos semanas de mi marcha, más de una quincena de mis amigas, junto con mi familia, me cogieron completamente por sorpresa cuando organizaron una fiesta sorpresa, juntando a gente de todos mis círculos sociales. Me sentí querida y valorada, y lo sigo haciendo, porque sigo en contacto con todos mis amigos más cercanos. Sé que estas amistades son de las más sinceras que he tenido nunca, y también que serán duraderas. Y he aprendido que aunque hacer amigos y construir una vida de cero no sea necesariamente fácil, si te levantas cada día con una sonrisa, sales de tu zona de confort, y hablas con los demás y aportas energía positiva, eso es exactamente lo que la gente te devolverá. He aprendido a tener iniciativa, y que si tú estás a gusto contigo misma, no te preocupas de lo que los demás pensarán de ti, y tienes ganas de conocer a gente, la mitad ya está hecha.
En cuanto al voluntariado, realicé varias actividades, pero la mayoría se centraron en la Ronald McDonald House of Durham. Esto es un centro que da alojamiento, comida y facilidades educativas a muy bajo precio a niños y adolescentes que se desplazan desde otras partes del estado o del país con sus familias para recibir tratamiento médico en el Duke University Hospital. Allí realicé distintas tareas, como cocinar el desayuno para los huéspedes, preparar dulces y almuerzos para amenizar los largos días en las consultas médicas, desinfectar las áreas comunes de la casa para evitar la transmisión de virus y organizar zonas de almacenamiento. Al principio resultaba más duro ver la situación en la que se encontraban algunas de las familias, pero saber que muchas de ellas tenían un final feliz es inmensamente gratificante. Los bajos precios de la estancia allí se deben en gran parte al gran número de voluntarios que colaboran para lograr hacer posible que estos niños tengan un hogar lejos de su hogar y sus familias no tengan que preocuparse de la disponibilidad de comida o alojamiento, si no de la salud de sus hijos. Me enseñó a apreciar la suerte que tengo por no tener que verme en la necesidad de usar estos servicios, y el optimismo y la lucha que impregnaban todas las historias de antiguos pacientes es realmente una inspiración.
Sé que cumplí todos mis objetivos para este año cuando llegó mi última semana en Wake Forest. Me encontré totalmente rodeada de gente que me quería, mientras que la realidad de que en tan solo unos días estaría a miles de kilómetros de ese lugar que tan feliz me ha hecho continuaba escapándose de mis pensamientos. Era surrealista, inimaginable, imposible de asimilar. Porque yo sentía que ya estaba en casa. Con mi familia y mis amigos, pese a que no fuese mi único hogar, tras casi once meses Carolina del Norte se convirtió en el lugar al que yo pertenecía. Y pese a que estoy junto a mi otro hogar, familia y amigos, una gran parte de mi corazón sigue allí, lejos de mí, y no puedo esperar a reunirme con ella de nuevo. Decidí titular esta memoria “Una vida en 322 días”, pero la verdad es que esta vida no ha terminado. Está en mi memoria cada día, y me acompañará e impactará para siempre.
Ahora sé que el mundo es grande, mis posibilidades amplias, y mi futuro tan brillante como yo quiera hacerlo. Porque, igual que un año en Estados Unidos, la vida es lo que hagas de ella.
Clara García Solares