IRENE
"The human world is a mess. Life under the sea is better than anything they have up there."
Hace una semana terminó una de las mejores cosas que he hecho y me han ocurrido desde que llegué a Canadá. Algo que me ha permitido y ayudado a conocer a gente maravillosa y con un talento suficiente para llenar mil y un auditorios; gente que lo da todo, que no se rinde; que sabe cuando ponerse serios y cuando se puede divertir y relajar uno; pero sobre todo, gente que me ha ayudado a encontrar una versión de mí misma que se conoce mejor, que ha descubierto pasiones perdidas esperando a ser encontradas.
Todo empezó una tarde de septiembre, la primera semana de instituto, en éste mismo. Esa tarde todos los clubes y deportes tenían puestos donde podías ver qué se hacía en ellos y en lo que consistían. A mí el que me llamó más la atención fue uno en el que solo había una foto autografiada en la que salía gente vestida de manera bastante extraña y las palabras “The Wiz”, y un papel azul con el título “The Little Mermaid”. Nada más ver esos dos objetos, decidí que no tenía nada que perder al participar en el musical, que todo lo que sacaría serían cosas buenas (entre ellas deshacerme de mi pánico escénico).
Y tuve razón.
A los dos meses de hacer esa decisión, las audiciones y los resultados crearon tensión y nervios en el ambiente. Gente cantando y repitiendo el mismo monólogo una y otra vez entre clases, en los pasillos, en el camino de vuelta a casa, e incluso en medio de clase. Pero también causaron alegría, emoción y ganas de empezar a ensayar a las pocas semanas.
Llegó enero, uno de los meses más fríos; aunque eso no nos afectaba al bailar como si no hubiese un mañana, dándolo todo para aprender las canciones y los bailes a la perfección; siempre con una sonrisa de oreja a oreja y con la misma emoción un día tras otro. Todos nosotros soñando y pensando en lo lejana que estaba esa semana que marcaría el final de nuestra vida bajo el mar.
Con el paso de las semanas, un baile se convirtió en dos, tres, seis… Pequeños diálogos, en escenas completas. Simples notas de música, en decenas de canciones. Y nuestra cómoda ropa de los ensayos, en los numerosos y coloridos personajes que representaríamos.
Y no sólo cambió todo en relación con la obra en sí, las amistades se fueron forjando, hasta el punto de que nos veíamos en los pasillos y en clase, y esas bromas y secretos contados durante los ensayos se volvieron nuestro idioma. Nos hablábamos como si nos conociésemos desde hace años.
Pasaron los meses, y llegó la última semana de música marina, magia y palacios reales. Volvieron a crecer los nervios, que por más que quisiéramos no se podían cubrir con maquillaje.
Cuatro noches en las que dimos todo bajo la luz de los focos, la melodía de los instrumentos y los aplausos ensordecedores que causaban sonrisas inquebrantables en nuestras caras, y lágrimas de alegría y a la vez algo de nostalgia ya en esa última noche del 28 de abril.
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A lo largo de estos cinco meses, cada uno de esos personajes se han convertido en parte de nosotros y ocuparán un trocito en nuestras mentes y corazones junto a esos pasos de baile, y a cada una de las notas que cada una de las canciones de nuestra aventura entre olas, columnas de palacios reales, vestidos y algún que otro dinglehopper.
Una experiencia que ha marcado un año inolvidable de mi vida y que pretendo conservar dentro de una concha mágica. Eso sí. Ésta que sea de las que no se rompan como la de Úrsula, no vaya a ser que se me pierdan estos maravillosos recuerdos.
Feliz vida bajo el mar,
La orgullosa propietaria de un dinglehopper.
(DRCSS Musical, 2018: The Little Mermaid)