VERÓNICA

27 días... y 500 noches.

Durante horas y horas de vuelo, ni la música, ni las charlas; nada puede evitar que la mente le dé vueltas a todo aquello que está a punto de comenzar. Recuerdo que ese jueves fue un día lleno de euforia y miedo. Euforia por todo lo nuevo que llegaba a mi vida, y miedo por la misma razón. Lo que más necesité fue paciencia, porque todo llegaría a su tiempo, y cuando llegase, sería sin duda en el momento correcto.

Gran parte de la alegría que para mí supone estar viviendo esta etapa de mi vida se la debo a mi familia canadiense. Desde el momento que llegué, me he sentido incluida y escuchada. Rodeada por un ambiente hogareño, me he adaptado a sus costumbres, tanto como ellos han apreciado mis diferencias culturales. Hemos ido de camping al lago, hemos hecho senderismo en el Parque Nacional Banff... también he ido con ellos a hacer cosas de lo más cotidianas: ir de compras, ir a la iglesia... Cada día, cenamos juntos y hablamos sobre cualquier cosa, mostrando un interés mutuo. 

Comencé las clases el cinco de septiembre y debo admitir que la sola idea de entrar sola a un instituto que desconocía me aterraba, pero no dejé que eso fuese un impedimento. Después de reuniones de alumnos internacionales y presentaciones de mis nuevas asignaturas, se podía dar el curso por inaugurado. El High School es bastante diferente a lo que conocía anteriormente. Aquí, en tan solo tres grados somos más de 1800 estudiantes, en España éramos sobre 700 en trece cursos. Las clases duran casi una hora y media mientras en España duraban sobre 55 minutos y solo tengo cuatro materias durante este semestre, una gran diferencia en comparación con las once que solía tener. Me gustan mucho mis asignaturas porque siguen mis propios intereses, por lo que siento que ir al instituto ha cobrado un sentido diferente desde que estoy aquí. 

Es cierto eso que dicen de que hacer estudiantes internacionales es más fácil, porque al fin y al cabo, están en una situación muy parecida a la mía, por lo que es más sencillo empatizar. De todas formas, considero que tengo buenos compañeros canadienses y que el tiempo y una buena actitud crearán buenas amistades. 

En el poco tiempo que llevo aquí, noto como mi inglés se va haciendo más fluido, mi pronunciación más correcta y cómo mi vocabulario se va expandiendo. El estudiar en un idioma distinto ayuda mucho tanto a expresarse como a comprender textos escritos, y el escuchar inglés cada día hace que te acostumbres y entiendas todo mucho mejor.

Me sigo acostumbrando a los cambios. Muchos días me despierto y necesito unos segundos para situarme, para recordar el qué, el dónde, el cómo. Han pasado 27 días rebosantes de primeras veces, de nuevos amigos, de alegrías, de superación, de satisfacción, de euforia y de miedo. Del tipo de euforia que te enseña a apreciar todo lo bueno y del tipo de miedo que te suplica que lo superes.

Pero no han pasado 26 noches, sino muchas más. Las noches, después de días llenos de vida no pueden ser de otra cosa más que de reflexión. Son noches de asumir qué está pasando, de respirar y pensar: "es real y la mejor opción que tengo es disfrutarlo". Son noches sin tiempo, que entre sueños y desvelos, significan que lo he conseguido, que lo estoy consiguiendo, y si no, que lo puedo conseguir.

Ante todo, después de momentos difíciles e inseguridades, después de todo, solo que queda la alegría de admitir que soy feliz. Me siento feliz, no porque vivir aquí sea perfecto, sino porque cada día trabajo con el propósito de conseguir aquello que quiero y porque me veo capaz de hacerlo. Porque estoy haciendo eso que me hace sentir completa. Porque miro a mi alrededor y veo oportunidades. Porque miro en mi corazón y siento el apoyo de aquellos que están lejos.

Y esto, esto no es nada más que el comienzo.


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